sábado, 22 de febrero de 2014

¿Montas?

Érase una vez, la pérdida de fe. Érase una vez, la desconfianza. Érase una vez, la desilusión. Érase una vez, el vacío. Érase una vez, un giro; un giro que puede cambiar toda tu visión por completo hacia la vida, un giro provocado por una única persona de los miles de millones que hay en el mundo. Esta persona, ese rostro, esa inocencia... Puede llegar a hacerte más feliz que el resto de miles de millones de personas anteriormente mencionadas, sin esfuerzo alguno. ¿Qué más da las primeras impresiones? ¿El primer vistazo? Me caló su alma con su fija mirada, con su simpatía e interés hacia mi. Perdí el tren, no me atreví a investigar por ese físico que ahora es el único que no puedo quitar de mis pensamientos impuros. No puedo parar de pensar en navegar por esas curvas, como si fueran lindas olas en un ligero atardecer con un toque dulce en la última instancia. Sí, no me atreví a ir a por esa piel tan brillante y blanquecina; decidí solamente conocerla sin ningún interés por fuera de la simple amistad, no dando importancia a nada de lo que ocurriera. Ojalá tuviera la fórmula de poseer su presencia rozando mi espalda las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. Nunca pensé, tras mis frías experiencias, que hubiera un sentimiento tan sano, en una persona tan sana. Su cabello me transmitía riqueza y a su vez sencillez, sus dulces labios me inquietaban sobre el futuro incierto de quién los podría rozar, sus ojos tan claros que son el espejo de su transparente alma,su nariz que choca con mi rostro y me produce ese cosquilleo que no puedo suprimir de mi cabeza y es que ella, podría quemarme y helarme al mismo tiempo. No supe a qué dios rezar para asegurar sus palabras,, no supe que droga tomar para poder creerme que esa persona existía de verdad, que sus confesiones no tendrían ninguna maldad hacia mi. No encuentro mi lugar en este mundo, suelo querer ser nómada de mi vida y rotar todo tipo de relaciones interpersonales, suelo ser el extranjero de mi propio hogar. Pero ella hace que al menos treinta minutos de mi día a día, me sienta cómodo, acogedor, en sus dulces y cortos brazos, me hace sentir en mi propia isla desierta, en mi hogar y con mi compañía siempre soñada. Por mucho que quiera olvidar tu fragancia avainillada, se me presenta hasta en el tacto, tacto que ofrecen tus frías y lindas manos sobre mi cuerpo hasta ponerme todos y cada uno de mis pelos de punta. Encarcelo a tus besos, secuestro tus miradas, torturo tus alientos hasta que oigo la verdad saliendo de tus ojos. Necesito sentirte, necesito amarte. ¿Me atreveré a besarla? ¿Cómo lo haré? ¿Me hará daño? Pueden surgir muchas preguntas, pero la respuesta que siempre asiste es... Me quiere, se le nota, me lo demuestra, me cuida, me hace feliz... Va, confía. Puede que lo más abunde en este mundo, es el problema del desempleo y lo que más carece es la confianza. Por eso mismo, rubia, te propongo que subas y te vengas a la Luna conmigo, vente todo lo lejos posible para que no haya ninguna desconfianza, ni maldad alguna, solo esa inocencia que me ofrece tu mirada. Quiero ser tu satélite aunque me lluevan meteoritos, quiero que me hagas arder de pasión arrastrándome a tu sol, solo quiero rodearte con mis brazos hasta que acaben siendo unos sucios húmeros enterrados....

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