jueves, 14 de julio de 2011

Madrid

Una mañana cualquiera, la cual una discusión abunda en tu hogar, sales furioso con el primer vehículo que encuentras a primeras.
Te da por recordar viejos tiempos los cuales pasaste con personas que creías que eran especiales, que les enseñaste como vivir la vida, como ser feliz, aceptarlos tal y como son.
Pasé por casi todos los lugares donde sentimos como la felicidad corría por nuestras venas junto con alcohol o un deporte de por medio.
Al llegar a cada sitio, sentí una emoción un tanto extraña, una mezcla heterogénea compuesta por melancolía y decepción.
Al terminar de visitar cada sitio una cara de frustación se me quedaba, doy todo por mi gente y acabo huyendo de cada grupo por el que estoy, aunque siempre quedan los mismos en mi vida, noto como mi vida ha acabado aquí en esta provincia.
No suelo encontrar mi sitio, pero con esta gente fue otra cosa distinta, me sentía muy integrado, admirado y cuidado hasta que pasaron ciertas cosas.
Solo quedaba el último lugar, el local, la gota que colmó el vaso, lo que destruyó el grupo.
Era un paraíso lleno de cosas bonitas y también malas. No pensaba no visitarlo, con lo cual me avalancé a toda prisa escuchando mi música a ese lugar.
Pasé por un paso de peatones y ¡zás! un todoterreno negro me arrambló sin piedad causando lo menos posible que podía haber pasado. Noté como podía haber muerto, y sentía ignorancia, me daba igual.
Desde ahí noté como no valoro mi vida y como aquí no tengo nada más que hacer, voyh en busca de empezar una nueva vida en Madrid.

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